martes, 1 de diciembre de 2009

BUENOS AIRES 1060



Por la Buenos Aires, rumbo al centro, casi llegando a la Estrada, ahí se lo ve: un edificio que no tiene nada de particular, casi viejo, con algunos ladrillos a la vista y una puerta apenas entrando desde la vereda. Subiendo las escaleras, el departamento. Un living pequeño, una habitación aún más, un baño escondido en el medio y una cocina que junta la heladera con las hornallas.

Corre el año 2002 y el Beto Trapaglia anda descubriendo Córdoba: Dalla Costa se mueve de izquierda a derecha, la gente pregunta de qué se trata, entramos al departamento, se escuchan los ruidos del vecino.

Hay compacts de The Cure, Gilda y Massive Attack. Hay libros de Sábato, fotos de Alejandro Huerma y unas vasijas de barro.

Está preparando salsa de los cuatro quesos: está preparando la noche que se viene. Suena el timbre y el azar quiere que la puerta se abra cada quince minutos. Siquiera había un arreglo establecido, es el templo de Dalla Costa. Hay una maceta que alberga el jardín de la alegría. Se empieza a escuchar una guitarra, suena otro timbre.


Abrazos. Buenos Aires al 1060. A las once, diez y treinta o tres de la mañana, podés ir. Por la mañana, las medialunas y el café. Cerca de la una, el mate con ravioles. El partido en la cancha tres, contra los primeros que vengan. Luego, la ducha y las estrellas. Llegar con un malbec y una coca para acompañar el criadores. Planificar el arribo al Abasto.

Deambular entre Capitain Blue y El Cairo. En la Costanera hay unos pibes que suelen meterse al río. Volver por General Paz, haciendo círculos de gol en cada esquina. Revisar la entrada del Ojo Bizarro, secuestrar el cenicero de una madama cubierta de cera.

Disolver el hambre con criollos de Del Pilar: festejar el chocolate Milka que tiene el kiosquero bajo llave. Esperar el domingo, manso, mirar películas con voz de otoño.

Cuando se tira, por fin, a ver el partido, ve tres a la vez.

Buenos Aires al 1060: el Aleph del albinegro.

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